Autodestrucción I.

Mido 1.59 o al menos eso medía la última vez. Me llamo Marta, tengo 32 años que no aparento, 2 piercing en la nariz y 4 tatuajes repartidos por el cuerpo que tienen un significado más grande del que podría explicar por aquí. Hago fotos. No entiendo de técnica, pero he aprendido a valorar lo ajeno. Me gusta remolonear en la cama los domingos por la mañana, las tostadas con aceite y tomate y el colacao con espumita. Tengo muchas frustraciones. Fobia al miedo y al dolor, en cualquiera de sus variantes. Me encantan los brazos, los lóbulos y las clavículas. Los hombres morenos. La cerveza rubia. Cierro los ojos al oler un perfume que me gusta. Prefiero fregar a barrer. Tengo mala leche cuando me la sacan, paciencia hasta que se me acaba. Soy extrovertida si me dan confianza y me sobrepongo a la vergüenza con desvergüenza, miedo escénico y la cara roja. Prefiero pasar desapercibida. Odio poco, pero intensamente. Perdono, pero jamás olvido. En el 2011 viví una revolución y fue la experiencia más bonita y enriquecedora de toda mi vida. Tengo Buddhas en jades del Tibet, banderitas de oración del Himalaya, mandalas pintados a mano de Nepal… me encanta porque me los traen personas que se acuerdan de mí en esas tierras mágicas. Vivo un amor/odio constante con el mundo del arte. El año pasado perdí todo mi archivo audiovisual vital. Lloré bastante. Alguien me dijo hace poco “el futuro es muy grande y fotografiable”. Le creí. Tengo sinestesia grafema-color. El 4 es rojo, el 5 es verde. También ASMR, hace unos años que le puse nombre a “eso” que me ocurre desde siempre. He tenido una experiencia de proyección astral y muchos sueños extraños. Hace un año que toco el ukelele y siempre estoy cantando. Las sincronías son algo cotidiano para mí, me hacen mucha gracia. Salir a tomar unas cañas y ver un concierto es mi segundo plan favoritísimo. El primero es ver una peli en el sofá comiendo gusanitos. Escribo para traducirme. Leo poesía lenta y desordenadamente. Tengo “cuadernos de pensar” desde la adolescencia donde escribo todo lo que me viene a la cabeza. Me gustan porque me hacen recordar. Mi pizza favorita es de atún, pimientos verdes, cebolla y olivas negras. No me gusta la palabra “aceituna”. Me encanta la ciencia ficción y la fantasía medieval. Detesto las películas románticas y estereotipadas. Ahora me atrevo a publicar sin importante nada más. Siempre he sido bastante sombra. No como pistachos y puedo salir de fiesta bebiendo agua. He intentado ser vegetariana sin éxito. Tengo una enfermedad crónica invisible desde hace 13 años y muchas películas favoritas, aunque la mayoría se me olvidan. He pasado mucho tiempo en hospitales. Tengo un gato bizco que se llama Bizcocho y otro pelirrojo de ojos verdes que parece un perro. Soy feminista. Republicana. No olvido mis raíces. Hace poco encontré un primo de mi padre gracias a las redes sociales. Me gustan las marcas que dejan las sabanas en la piel al despertar en el cuerpo pero no en la cara. Cuando alguien me pone nerviosa hablo mucho y muy rápido. Cada vez tengo más vértigo. Lloro con “el club de los poetas muertos” siempre. Oh, capitán. Mi capitán. Pocas personas me conocen de verdad. Me gusta ver formas en las nubes y la lluvia desde la ventana mientras tomo un té caliente. He perdido personas y vi morir a un chico en el mar. Necesito abrazos para sobrevivir más que nada en el mundo. Mi nariz recuerda olores que mi mente ha olvidado. Tengo memoria fotográfica y puedo evocar recuerdos táctiles desde que era pequeña. No fumo y estuve muchos años sin beber alcohol. Los domingos me deprimen. Tengo momentos de euforia. Mi palabra favorita es “lucernario”. Pagaría una cena cara con Berto Romero. No tengo claro si me gusta el sushi o no. Mi trabajo ideal sería catadora de pollos asados de cervecera. Me gustan las cadenas de favores y las buenas acciones. Me cuesta terminar proyectos. Tengo novelas a medias, poemarios a medias, dibujos a medias. La vida a medias.

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